La primera vez que leí Muerte en el Pentagonito fue en 5to de secundaria. Siempre me fascinaron los libros sobre militares y la época en la que el terrorismo azotó nuestro país. Me lo compré por simple gusto, sin pensar que lo volvería a leer en el 2012 mientras estudiaba en la Comunicaciones en la Católica. Para ese entonces, ya sabía quién era Jesús Sosa, entendía por qué su alias era ‘Kerosene’, y cuál había sido su papel al interior del Grupo Colina.
Ahora Muerte en el Pentagonito aparece una vez más, esta vez como adaptación teatral -en la Alianza Francesa- de la mano de Alejandro Guzmán, amigo de luchas universitarias en la PUCP. A través de una mirada crítica, la obra plantea analizar qué tan justificados eran los actos cometidos por el Estado peruano durante el período del conflicto armado interno.
«Como si regresáramos en el tiempo, este montaje cuenta cómo Sosa, acatando órdenes de sus superiores, se convierte en un animal ejecutor que en ningún momento cuestiona su proceder».
Como si regresáramos en el tiempo, este montaje cuenta cómo Sosa, acatando órdenes de sus superiores, se convierte en un animal ejecutor que en ningún momento cuestiona su proceder: es una especie de sicario oficial convencido de que con su actuar lucha contra el terrorismo.
Así pues, recorremos la historia de nuestro país a través de recordados casos como La Cantuta y Barrios Altos, y comprendemos cómo se creaban estrategias antisubversivas burlando la ley desde el Cuartel General del Ejército, también conocido como La Fábrica.
Como se señala en la obra, se trata de una representación basada en certezas. Nos toca a nosotros, como espectadores, reflexionar acerca de la magnitud de lo ocurrido en las décadas del 80 y 90, cuestionar el papel del Estado y de las Fuerzas Armadas en la lucha antiterrorista, y entender en un contexto amplio el origen de los grupos subversivos que tanto daño le hicieron a nuestra nación.