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‘Bird Box’: Quitémonos las vendas

¿Es posible llevar una vida a ciegas? Esa es la pregunta que nos deja la película Bird Box: A ciegas de Netflix, estrenada a fines de 2018, y que aún es popular tanto en el boca a boca de quienes consumen productos de esta industria, como en la publicidad en línea y hasta en los temidos desafíos que se han convertido en virales en las redes sociales.

Esta cinta demuestra que, efectivamente, sí es posible vivir a ciegas, sin mirar la realidad, pero que esa privación no es perpetua en esta historia. Malorie, interpretada por Sandra Bullock, es una mujer que es testigo de cómo una especie de epidemia, que se contagia al ver un espectro proveniente de la luz del día, infesta de manera repentina a las poblaciones de varios países.

En este apocalipsis terrenal, Malorie llega a salvaguardar su vida en un refugio en donde ocurren diversas situaciones que ponen a prueba el sentido de humanidad y protección de cada uno de los personajes. En dicha casa, todos intentan encontrar una explicación a esta crisis existencial que provoca el suicidio de las personas y, en el peor de los casos, la sobrevivencia de seres a los que no les afecta este mal y creen que “todos deben mirar”.

«El espectador es testigo del instinto de autoprotección, supervivencia y búsqueda de la salvación de la especie humana».

Bird Box no solamente es un producto inspirado en el libro de Josh Malerman, sino también un espacio en donde el espectador es testigo del instinto de autoprotección, supervivencia y búsqueda de la salvación de la especie humana. También es prueba de que la unión hace la fuerza, que el trabajo grupal ayuda a resolver mejor los problemas y a sobrellevar las penas.

Se trata de una mezcla de confianza y conocimiento implantada por Malorie en Boy y Girl, los dos menores que la acompañan en el viaje por el río, y que son el motivo principal por el cual hace su máximo esfuerzo a fin de mantenerlos sin ver la luz del día. Este trinomio demuestra que se puede aprender a vivir como si fuéramos ciegos, que podemos volver a nuestros instintos de seres recolectores, y que podemos guiarnos por los sonidos de la naturaleza.

El inicio de la cinta me hace recordar mucho a Ensayo sobre la ceguera, del portugués José Saramago. Si bien esta vez los ojos de Jessica (hermana de Malorie), quien es la que conduce el auto, no se llenan de un “mar de leche” al detenerse frente a un semáforo, la fatalidad ronda la visión y nubla la razón.

Casi al final de la misma, se pone al espectador en un dilema respecto a la vida y la muerte: uno de los niños debe sacrificarse para ver el canal del río y salvar a los tripulantes del bote que los lleva. Es ahí donde aflora en Malorie un instinto maternal -ajeno en toda la película- que la incita a renunciar a este requisito, y que hace que nos preguntemos: ¿a quién sacrificaríamos? Sin lugar a dudas, vale la pena ver Bird Box.

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