Opiniones encontradas ha causado el estreno de la esperada cinta Caiga quien caiga, del director Eduardo Guillot, y que está inspirada en el libro del mismo nombre escrito por el exprocurador José Ugaz. Sin duda, la audiencia esperaba que se cuente cómo fue la caída del régimen del expresidente Alberto Fujimori y, específicamente, la del personaje principal: Vladimiro Montesinos.
Lo que no han tenido en cuenta es que en el tiempo que dura la cinta no se pueden relatar los hechos de varios meses, y que la idea de esta producción no es contar la historia en sí -como si fuera un documental-, sino más bien recrear el esfuerzo al que tenía que enfrentarse el abogado ante la complejidad de un caso de esta magnitud.
La cinta comienza perfilando al exasesor presidencial, encarnado por el actor Miguel Iza, y nos ubica temporalmente a través de lo que fue la difusión del ‘vladivideo’ en donde se observa cómo Montesinos ‘compra’ al congresista Alberto Kouri para que se cambie a la bancada del gobierno de turno.
Es en medio de este caos generado por el video que se empiezan a tejer las historias. Aparece Ugaz, quien plantea una serie de argumentos a validar para poder sacar adelante su acusación. La principal: las cuentas bancarias del exasesor en Suiza. Hay una mujer periodista que lo ayuda a buscar una serie de datos que aportarán a su indagación. Y aquí vi un gran error en la película.
«Decepcionante el final, en donde no se comprende bien a qué quieren llegar Vladimiro, Ugaz y la fiscal en la celda».
Esta relación tiene como consecuencia una escena en donde al abogado se besa con la periodista, pero el hecho se nota muy armado y brusco. Se puede intuir que sí, se estaba tejiendo cierta conexión sentimental entre ellos, pero luego del beso me hago las preguntas: ¿En qué quedó la relación? ¿Para que la pusieron en la cinta? Acabó la película y nunca llegué a saber las respuestas.
Asimismo, hay una analogía subjetiva en la definición de los personajes de acuerdo a su apariencia. En la débil escena del secuestro a la hija de Ugaz, en donde no se entiende cómo se enteran de que se dio el rapto, el que hace de secuestrador tiene rasgos afroperuanos, mientras que Ugaz tiene rasgos caucásicos, y el policía que atiende su caso tiene rasgos andinos. Estereotipos que debemos cuestionar como espectadores.
Personalmente, me gustó la forma breve en que se explicó la figura de la colaboración eficaz, así como la referencia a la ruta del dinero. Asimismo, creo que las tomas hechas con el drone cumplen doble función: permiten al espectador ubicarse en los escenarios y, a su vez, evitan que se identifique a la Lima de hoy en día. Eso sí: estas pudieron aportar más al guion.
Interesante ver equipos de la época, como celulares, laptops y computadores. Decepcionante el final, en donde no se comprende bien a qué quieren llegar Vladimiro, Ugaz y la fiscal en la celda. Pese a las críticas negativas, es válido el esfuerzo realizado en la cinta por hacernos recordar parte de nuestra historia.