En una era en donde nuestras vidas dependen mucho de la tecnología al ser estas extensiones de nuestras facultades humanas, la serie You de Netflix aborda –de forma muy contemporánea- las vulnerabilidades a las que estamos expuestos por el simple hecho de pertenecer a una sociedad que vive hiperconectada.
Bajo la idea de que todo es publicable en las redes sociales, Guinevere Beck, una estudiante que aspira a convertirse en escritora, se expone al acoso –y a una posterior relación sentimental- de Joe Goldberg, un administrador de una librería cuyo sentimiento de brindar protección a la persona que quiere lo lleva a cometer diversos hechos que van revelando, poco a poco, lo desequilibrada y siniestra que puede estar su mente.
Con su voz en off, Joe va explicando cómo puede llegar a conocer a Beck a través de lo que publica en Facebook e Instagram, analizando la vida que llevan sus contactos, y cómo pone en marcha un plan para acercarse a ella con solo obtener acceso al smartphone de esta chica.
Esta situación me hace recordar al concepto de impulso pigmaliónico –inspirado en el mito de Pigmalión y Galatea-, esa necesidad por congelar lo bello de la vida, no mirar las imperfecciones de la misma, construir una belleza pornográfica que nos satisfaga, y que es lo que usualmente visibilizamos en nuestras redes sociales.
«Bajo la idea de que todo es publicable en las redes sociales, Guinevere Beck, una estudiante que aspira a convertirse en escritora, se expone al acoso».
En You confluyen mentes, cuerpos y almas, algo que Beck y Joe denominan “todalidad”. Como si los clásicos de la literatura universal fueran el paraguas de la serie, se plantea un paralelismo entre los problemas por los que atraviesan los personajes –como Paco, un niño cuyo padrastro maltrata a su madre- y los conceptos que se manejan en la sociedad respecto a la venganza, el amor, la espera y el desprendimiento.
Es recurrente, además, el perpetuo divorcio entre la relación de padre e hijos. Una suerte de abandono por la que pasan los personajes principales y que se refleja en las catarsis de cada uno de ellos, ya sea a través de inspiración, violencia o temor.
En conjunto, esta producción desnuda la naturaleza humana y nos invita a reflexionar sobre lo público y lo privado de la vida, las construcciones que hacemos sobre los demás, lo indefensos que podemos estar en este mundo, y la necesidad que tenemos por conocer la verdad del otro. Todo esto no es más que la exposición de los mecanismos que creamos como humanos con la finalidad de protegernos.
Lo que realmente demuestra la serie es que las personas somos un acertijo que puede ser vulnerable permanentemente, no solo por extraños, sino incluso por la gente que dice querernos. Si bien la tecnología nos ayuda en la vida diaria, lo que hace en realidad es ponernos en desventaja frente al otro, demostrar que las cosas más valiosas de la vida suelen ser las más indefensas, y que la gente –muchas veces- no es más que una real desilusión cuando se la conoce de verdad.
APUNTES, PRECISIONES Y RECTIFICACIÓN
«Impulso pigmaliónico». El término ha sido acuñado, trabajado y abordado con amplitud por Víctor J. Krebs, quien fuera mi profesor de Filosofía Contemporánea en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Los invito a leer su texto Descenso al caos primordial. Filosofía, cuerpo e imaginación pornográfica con la finalidad de que puedan entender el ángulo que le he dado a esta opinión.
Rectificación. Soy un convencido de que el acoso es un acto perverso, y que no por publicar en redes sociales uno se expone -en el sentido estricto de la palabra, literalmente hablando- a ser acosado. El acosador o acosadora es quien ejecuta la acción, y la responsabilidad -moral y punitiva- recae sobre ellos. Mireya Fabián, amiga de la universidad, me hizo caer en cuenta de un error que he cometido en esta opinión. Uso el verbo «exponer» para intentar explicar que la publicación de la vida propia en las redes sociales es causal de acoso. Esta expresión, entendida de manera independiente, puede entenderse como que pretendo justificar el acoso por este tipo de publicaciones cuando en realidad no es así.
Soy un convencido de que una persona es víctima de acoso -y no que haga lo posible por ser acosada (si es que así se entendió)-. Lamento el error y ofrezco las disculpas del caso.
Como suelo hacer cada vez que publico una opinión, trato de explicar en mi cuenta personal de Facebook el proceso constructivo de la misma. Ahí hice una precisión aún sin que se me advierta del error: explico que la sobreexposición en redes sociales puede convertirse en un factor clave para convertirse en víctima de acoso. Sobre este punto reflexioné un poco más y, efectivamente -y en el estricto marco de esta opinión-, nuestra información que inunda Internet puede ser insumo para que los/las acosadores/as ejerzan esta práctica con mayor facilidad pero, reitero, la publicación de contenidos en nuestras redes sociales no es -y nunca será- justificación para alguien nos acose.