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‘El discurso del rey’ y el poder de la palabra

La comunicación como mecanismo superlativo para la movilización de masas siempre ha sido uno de los ejes principales de todo gobierno, tanto para las democracias, así como para las dictaduras y las monarquías. Este tema fue, en la historia del rey Jorge VI, uno de sus principales problemas. Poco o nada iba a poder hacer un monarca que no podía ni siquiera dirigir la palabra a sus funcionarios y conserjes.

Esta historia se ve reflejada en El discurso del rey, obra teatral montada en el Teatro Británico, que cuenta cómo el rey se desprende -poco a poco- de su investidura al ver que necesita de la ayuda de un profesional para curar su tartamudez, y así poder anunciar -sin problema alguno- los nuevos desafíos que debe enfrentar su monarquía: declararle la guerra a la Alemania nazi de 1939.

Nada de esto será posible sin la ayuda del doctor australiano Lionel Logue, un especialista empírico en terapia del habla que atendió a los soldados de la guerra que, antes de necesitar cura especializada, requerían ser escuchados para calmar sus traumas. Con un poco de lógica, el personaje logra detectar el miedo que persigue al rey: su falta de seguridad en sí mismo y el conflicto que tiene con su hermano mayor, el breve rey Eduardo VIII.

«La obra ha sabido plasmar el vínculo afectivo entre dos personas con distintos títulos nobiliarios, que logran entenderse a su manera y con sus condiciones».

Más allá de lo bueno que pueda ser el guion, es muy interesante conocer la historia del dramaturgo y guionista británico David Seidler, quien escribió la obra al enterarse de que el rey Jorge VI era tartamudo -como él-, y lo toma como uno de sus referentes en su vida. A lo largo del montaje se logra evidenciar que los reyes no tienen nada de divinos, sino más bien de humanos.

Se muestra a la Corona como una corporación de linajes que trabaja para mantenerse en el poder, hecho que se refuerza en el guion cuando el rey Jorge V trata de enseñarle a su segundo hijo a hacer lo que la gente espera que haga su rey, y saluda de forma ridícula a quienes los están observando. El discurso del rey es también, quizás, una crítica a este sistema: ¿será que este tipo de gobierno no es más que una actuación como la que se logra ver sobre las tablas?

Esta y otras reflexiones son las que dejan la obra de Seidler, quien ha sabido plasmar, al igual que en la película del mismo nombre, el vínculo afectivo entre dos personas con distintos títulos nobiliarios, que logran entenderse a su manera y con sus condiciones.

Me gustó mucho la interpretación realizada por Juan Carlos Rey de Castro (Jorge VI) y la estupenda actuación de Eduardo Camino (Dr. Logue), quien también apareció este año en el cine a través de la cinta Caiga quien caiga. También destaco la divertida actuación de Roberto Moll, quien esta vez encarna al Wiston Churchill de la época. Mi recomendación: vayan a la obra o vean la película. No tienen pierde.

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